
Y pues ¿adivinen que? ¡Ya estuve dentro de una! Y no necesariamente tuve que frotar la lámpara de Aladino y pedirle al genio que me encogiera... tampoco tuve que perseguir a un conejo blanco, para entrar al país de las maravillas y tomar uno de esos frascos que dicen "Bébeme" y así obtener la transformación deseada. Nada de eso fue necesario.
Sólo tuve que irme de paseo, a 1 hora y media en coche de Montreal, a una ciudad conocida como Victoriaville, es decir "Ciudad Victoria".
Mientras caminaba por las calles de Victoriaville, me acordé de aquellos deseos que tenía de niño. Y me dije ¡Nunca es tarde!
También pensé un poco sobre lo trivial que es para los canadienses una ciudad como ésta. Ellos están acostumbrados a ver sus casitas y arbolitos entre la nieve. Y sueñan con lugares en donde los árboles son siempre verdes y el sol calienta todos los días del año. Quizás los niños canadienses, fantaseaan con vivir en casas en los árboles, rodeadas de bambú y lianas que les permiten trasladarse a distintos puntos de la selva.
Para nosotros los latinos, un lugar como éstos, nos hace pensar a la idea que nos vendieron de la navidad con nieve (aún y si en muchas partes de latinoamerica jamás neva) y chimenea prendida. Es un paisaje, que nos hace suspirar... aún y aunque temblemos de frío.
Por fin pude acercarme a esas cabañitas con lucecitas, y ver que es lo que había adentro. De hecho dormí en una de ellas. Su interior era reconfortante y acogedor.
Me dejé seducir por los espacios tanto exteriores como interiores, de ésta ciudad, que para muchos puede ser una ciudad aburrida (aún y tomando en cuenta que cuenta que hay bares y espacios de recreación) o una ciudad en la que no hay nada. Y sí, quizás no hay nada, para quien no tiene los ojos puestos en la inspiración.
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